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Y verás como quieren en Chile...

Mi viejo tiene un almacén de barrio, al lado de mi casa. Lo ha tenido durante 40 años y cuando él empezó era el único de la cuadra. Ahora, hay 7 mas en un radio de 200 metros a la redonda y a tres cuadras hay dos hipermercados. Aún así, el boliche sigue andando y a sus siete décadas a cuestas, se sigue levantando todas las mañanas temprano para atenderlo. Los clientes de toda la vida siguen visitándolo todos los días y de una u otra forma, se logra mantener.

Acá en regiones la inmigración también ha pegado fuerte. Todos los días vemos mas caras extranjeras en la calle, el banco o donde sea. El fenómeno además, nos ha mostrado la peor cara de nuestra gente. ¿Por qué? Bueno, esta es la historia.

El otro día estaba con mi viejo en el almacén, pasando la tarde, ordenando una que otra cosa de los productos, cuando llegó un extranjero. De piel morena, poco español, supe al tiro que debía ser haitiano. Se dirigió al mostrador, y con la cara pegada al suelo, casi pidiendo perdón, y en un lenguaje súper básico (se notaba que no hablaba bien todavía español), pidió comprar dos cigarros sueltos, con la mano llena de monedas de 10 pesos. Vender cigarros sueltos es ilegal y blablablá, pero pucha que es buen negocio. En un mundo donde tienes que competir con 7 negocios igual que el tuyo y además con los precios obviamente mas baratos de un supermercado, hay que ser ingenioso. Los inspectores no pasan a revisar que no vendas puchos sueltos, y al menos, la ganancia que te puede dar una cajetilla es un margen por el que, vale la pena el pequeño riesgo. Acá en la cuadra TODOS los negocios venden cigarros sueltos, sin excepción.

Bueno, la cosa es que el Haitiano acerca las monedas (extrañamente con casi vergüenza, que no entendí en ese momento) y mi papá le pasa los dos cigarros, y le pregunta ¿Donde vives?. La respuesta, primitiva y en señas fue que aproximadamente a 5 cuadras. Mi viejo volvió a preguntar ¿Y nadie mas te vende por acá cigarros?. 'Nadie mas vende parece' respondió el, a sabiendas que era mentira.

Cuando ya se iba de vuelta, mi viejo me mira y me dice: '¿Viste? Todos acá venden cigarros sueltos, pero no a los haitianos. ¿Por qué no les venden? Porque son negros. Mientras esas hueás no las cambiemos todos, no va a cambiar nada'. Movió la cabeza y volvió a lo que estaba haciendo. Y en ese momento, me di cuenta: Hasta en esas pequeñas cosas, vender puchos sueltos, la gente muestra la xenofobia. Negar la venta a una persona sólo por el color de su piel, sólo porque viene de otro lado sólo por el hecho de no haber nacido en esta tierra.

Mi viejo es un hombre a la antigua, con sus convicciones morales de otra época. Nunca tuvo acceso a la educación formal, trabaja desde los 11 años para mantener a su familia, es de la Universidad Católica. Con todo esto sólo quiero demostrar una cosa: Si él, con todas sus falencias, puede darse cuenta que se combate el racismo día a día con nuestras acciones, incluso a través de la ilegalidad de venderle productos a un migrante, en qué estamos todos los demás.

Un abrazo a todos mis hermanos de otras latitudes radicados en Chile, pido perdón en nombre de todo huevón que los discriminó por ser diferentes.



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