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En la caja de zapatos

Trabajo en una oficina en Santiago, en un edificio que parece una caja de zapatos diseñada por un arquitecto depresivo. Mi jefe es un tipo que siempre está estresado, como si el mundo se fuera a acabar mañana y él fuera el único que lo supiera. Yo me paso el día mirando el reloj, esperando que llegara la hora de irme a casa y olvidarme de todo, incluyendo mi propio nombre.

Un día, mi jefe me llamó a su oficina y me dijo que necesitaba que hiciera un informe urgente sobre el consumo de café en la oficina. Me pasé horas investigando y escribiendo, solo para descubrir que mi jefe solo quería saber cuántas cucharadas de azúcar usaba el señor González en su café. Me sentí como un detective que resuelve un caso solo para descubrir que el culpable era el perro de la vecina.

Al día siguiente, volvió a llamarme y me pidió que hiciera otro informe, esta vez sobre el uso del papel higiénico en los baños. Empecé a sospechar que mi jefe tenía un problema con el papel higiénico, o quizás solo quería torturarme. Me pasé horas contando hojas de papel higiénico, solo para descubrir que mi jefe solo quería saber si debíamos cambiar a una marca más barata.

Un día, me levanté y decidí no ir a trabajar. Me quedé en la cama, mirando el techo y pensando en la futilidad de la vida y en la cantidad de papel higiénico que se usa en una oficina promedio. Mi jefe me llamó y me preguntó dónde estaba. Le dije que estaba enfermo, pero en realidad estaba solo cansado de todo, incluyendo mi propia cara.

Al final, volví al trabajo y todo siguió igual. Mi jefe seguía estresado, mis compañeros seguían hablando de lo mismo y yo seguía mirando el reloj. Nada cambió, nada mejoró. Y así seguimos, en esa rueda que gira sin parar, como hámsters en una jaula de oficina...



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